Huyendo hacia el miedo

Ha sido noche todos estos días,
tanto que nuestros ojos
calmaban su sed con el ralo brillo
de las estrellas que abrigan el cielo.
Y hoy, en medio de ruidos herrumbrosos
y golpes secos de metal con metal,
en medio de tirones, empujones
y clacs de grilletes liberados,
el camino de piedras pulidas
que sudan humedades y mohos
se vuelve un laberinto que nos arrastra
de la celda a la vida y de la vida a la celda
sin que podamos adivinar
en qué lugar del mapa estamos.
Los recovecos chistan, invitándonos
a protegernos en sus pliegues.
Los acantilados anuncian un viaje
con destino a la libertad inmediata.
Y al fondo, tras el camino más largo
y con la rectitud más sinuosa,
se asoma un tenue rayo de sol
que quema las pupilas,
que ahuyenta los colmillos
de quienes hemos aprendido a vivir
en oscuridad.
Pero seguimos avanzando,
quizás empujados por la estampida
quizá atoados por el cielo despejado.
Las baldosas se intercalan
con adoquines mullidos
que tienen ojos, uñas, vísceras
y un brillo escarlata alrededor.
Saldremos y nos acostumbraremos
de nuevo al sol de medianoche
pero nuestros zapatos siempre emanarán
el olor a hierro de la sangre fresca.

Silencio

Ayer salí a la calle
y pude por fin escuchar el silencio.
Cantaban las hojas,
silbaba el aire,
sonreían los pájaros
y el agua volvía a brillar
calle abajo.
Era todo puro ruido,
sin embargo escuchaba el silencio
—nuestro silencio—
que disfruté los pocos segundos
que tardé en regresar.
Segundos que fueron un siglo
de paz infinita.

Confinamiento

Cerraron la puerta por dentro
y la ventana por fuera.
Dejaron afuera el aire
Y quedó adentro el hambre.
Fuera los pájaros trinan
y dentro la radio alarma.
Quedó afuera el ocio,
dentro quedó el hastío.
Dejaron fuera el calor y el frío
y aquí dentro la monotonía.
Dejaron fuera los instrumentos;
dentro, las partituras;
fuera, las canciones;
dentro, los aplausos.

El aire se acaba,
se agota,
se pudre,
bajo este techo que se desploma
un centímetro al día
sobre nuestras cabezas.

Aplausos

Vía de escape.
Reproche en voz baja.
Dragón que despierta
y su fuego se calla.
Rabia en los dientes,
llanto a distancia.
Muertos que buscan,
en vano, un adiós.
Enfermeros enfermos.
Médicos críticos.
Lumbres gritando.
Bomberos sin agua.
Serán inservibles
los aplausos de hoy
si no resuenan
mañana en las urnas.

Trincheras de la vanidad

¿Y qué es poesía, si no es ego destilado,
si no es el alma que se escapa por las manos
y se impregna en el papel ayer perlado
y hoy portador de sentimientos tan mundanos?

¿Y qué ha de ser, si ni novelo ni relato
cuando escribo tales versos a destajo?
Sólo una idea, una idea sola y un acato
a no rehuirla por encima o por debajo.

Si la escritura es del egoísmo un acto
la poesía es el ego desatado.
Amor, odio, envidia, espera, lucha, pacto;
trincheras que la vanidad se ha arrogado.