Estoy en el suelo, aturdida, desorientada. Me duele todo el cuerpo. Tengo la sensación de haberme despertado de pronto, pero no recuerdo cuando me acosté. El suelo está húmedo, y por el tacto con la palma de mi mano descubro que también está pringoso.
No consigo ver nada. Abro los ojos con todas mis fuerzas, miro a un lado y a otro en busca de algún punto de luz, pero por mis córneas sólo penetra la oscuridad.
Mis músculos parecen agarrotados, y me cuesta un mundo enderezar mi espalda hasta quedar sentada. Apoyo la espalda en la pared rugosa, una de cuyas protuberancias me produce una punzada en la espalda. El acto reflejo hace que dé un pequeño brinco y me separe de ella. Me llevo la mano al punto de dolor y deduzco que ha sido sólo un pinchazo, pero al tacto con la camiseta noto la tela con un tacto terroso. Me palpo entonces por delante y también siento esa textura sucia y reseca.
Seguir leyendo «Mis últimos instantes de cordura»