Cuando alzó la vista el color de las fachadas había mutado. Lo que antes era rojo quemado, ahora era verde vivo; lo que era ceniza rosada, azul eléctrico. Venció el seísmo de sus rodillas y empezó a andar hacia la ventana, y cuando llegó se asomó, luego de soportar el chirrido de las bisagras. No había humo, ni coches, ni asfalto; sólo una gran acera dominada por viandantes. De pronto se percató de que sus manos estaban pobladas de arrugas. Se volvió entonces hacia el temario de las oposiciones y creyó ver una sonrisa socarrona en una de sus páginas.