El candidato

Nicolás agachó la cabeza y miró al césped. Una lágrima se escapó de su ojo, lo que abrió paso a un torrente de tristeza. Alguien le puso la mano en el hombro y reparó en que le había llegado su turno. Con las pocas fuerzas que deja el desánimo agarró la pala, la hincó en la tierra con una mezcla de rabia y abatimiento y lanzó una corta palada sobre la fosa.

El gesto protocolario no redujo su dolor. Sí cortó su llanto, aunque no por mucho tiempo. Ni su lugar en primera fila del multitudinario funeral ni las cámaras de televisión redujeron su flujo lagrimal, que había arreciado al pensar que de un momento a otro tendría que dar una segunda palada.

Entonces llegó él.Seguir leyendo «El candidato»

De los peligros de la fogosidad

 

Hallábase Cristóbal Colón iniciando su cuarto viaje cuando todas las familias reales de un vasto valle de Centroeuropa inauguraron la tradicional cena bianual, en la que se dedicaban a resolver las discrepancias diplomáticas que hubieran ido surgiendo. Las monarquías acudían acompañadas de sus propias comitivas, algunas modestas pero otras más vastas, como la del reino de Strebenburgo, que había crecido a base de casar a sus herederos con los de otras Coronas. La sede de la cena se decidía por turno, y esta vez tocaba en el joven reino de Teilenfalia.

No habían transcurrido aún dos horas desde que el banquete diera comienzo y ya estaba Eugenia Guillermina, heredera del trono de Teilenfalia, tomada de las manos de un tímido Segismundo Federico, aspirante a coronarse algún día rey de Strebenburgo. El pavipollo estofado en salsa de girasol y nueces se enfriaba en el plato de Eugenia Guillermina sin que ella prestase mayor atención al condumio, mientras su interlocutor miraba de reojo las viandas, tratando de encontrar el momento oportuno para liberar sus manos de las garras de la heredera de Teilenfalia y lanzarse a comer como un descosido.

Seguir leyendo «De los peligros de la fogosidad»