Ruge el aire.
El cielo llora sangre negra
que arde al contacto
con las raíces.
Un relámpago parte mi piedra por la mitad
y deja entrever
un brillo de amatista
que se apaga con la siguiente bocanada
de fuego.
Las nubes ya no traen agua;
solo escombros.
Los mirlos cantan
desde la rama más endeble
del árbol del ahorcado,
que se mece al ritmo
de su risa.
Ríe con cada sol
que mana de la tierra
y se pregunta si no hay soga
suficiente para todos.